domingo, 18 de noviembre de 2007

6 minutos más

Las opiniones vertidas en los artículos son de propiedad del redactor y no son necesariamente compartidas por el comité editorial.

"Nos-OTROS"
Por: Laura Arroyo Gárate

Tenía una deuda pendiente desde hace algunas semanas. Comparto con ustedes algunas de las impresiones que el viaje a Huancayo me dejó y los invito este viernes 23 de noviembre (Auditorio de Humanidades PUCP) a la exposición “Ley de Lenguas: mirada crítica al problema lingüístico en el Perú” en la cual profundizaré sobre este tema.

Doña Omelinda es dueña de una bodega en Ataura. Sus cuatro hijas la ayudan con las labores durante los fines de semana y los días feriados. Alejandra, la pequeña de cuatro años, no va a la escuela todavía, pero no falta mucho. Cuando les pregunto si hablan quechua ninguna responde, Doña Omelinda me dice “ya no hablo”, “solo las abuelas hablan”. Y desde entonces me pregunto qué quiso decir con ese “ya”.

Cuando Doña Omelinda nos enseña las manualidades que hace no podemos dejar de admirarnos. Se trata de un trabajo delicado y de calidad. Le compramos algunos muñequitos y nos dice con orgullo que ha exportado su trabajo a los Estados Unidos, “el inglés es importante” concluye, como terminando de responder a la pregunta que le hice al inicio.

Aquel día estuvimos paseando por Ataura en busca de personas que hablaran quechua. La búsqueda no resulta fácil cuando se ocultan verdades. Varios entendían a la perfección lo que se les decía, pero no enunciaban nada en quechua. Algunos decían que se trataba de hablantes pasivos pero generalizar resulta complicado: también podría tratarse, en algunos casos, de orgullo lingüístico.

Cuando nos dijeron que Doña Marciana hablaba el quechua con fluidez corrimos a su encuentro. Nos recibió con una sonrisa amable y conversó durante más de una hora en un quechua riquísimo. Nos contó sobre sus hijos en el extranjero y sobre la similitud del quechua con el inglés, por otro lado, se mostró sorprendida de que quisiéramos aprender quechua. Cuando le invitamos un poco de agua nos miró con desconfianza, Eliseo tomó un poco para demostrarle que no se trataba de ninguna broma y solo entonces Doña Marciana se sirvió, no sin antes decirnos que creyó que era veneno.

La desconfianza fue un rasgo característico en este viaje y es comprensible. Pude constatar la falta de Estado en los pueblitos alejados como Ataura. La infraestructura de los centros educativos resulta deficiente y antigua, la comisaría cerrada, la posta médica también. Los habitantes de los pueblos alejados se han acostumbrado a hacerse una idea colectiva del Estado que solo los recuerda en épocas electorales. Las paredes de las casas aún conservan las pintas de las anteriores elecciones regionales sobre las presidenciales. Doña Marciana se enorgullece cuando nota que estoy mirando la calcomanía en su puerta: “vivienda censada”; cumplió con su deber cívico sin duda y seguro con la amabilidad con la que recibió a este grupo de preguntones, la pregunta es si el Estado cumple también con el suyo.

En ocasiones, no querían contestarnos. Cuando preguntábamos si hablaban quechua, algunas personas se ofendían y se iban. Esto es comprensible ya que el castellano, y ahora el inglés, es considerado como la lengua de prestigio o, en términos de uno de los entrevistados “lengua de desarrollo”. No podemos pretender ignorar este hecho. Podemos tener un discurso claro y cierto: no hay lenguas mejores que otras, así como no hay personas mejores que otras, pero entonces, ¿cómo responder a los miles de peruanos que son discriminados lingüísticamente a diario?

Algunas personas piensan que la homogeneización lingüística sería una excelente solución al problema de comunicación en el Perú. A veces, no comprendo estas posiciones. ¿Acaso el que todos hablemos castellano garantiza que nos comunicaremos mejor? ¿Garantizaría la erradicación de la discriminación en el país? El discurso homogeneizador contribuye a la falta de orgullo lingüístico. La imposición de los discursos hegemónicos solo contempla la preponderancia casi “natural” (como si existiera tal cosa) de algunos sobre otros, pero quienes abogan por la pluralidad tampoco suelen tener muchos aciertos.

Esta crítica puede resultar polémica, pero resulta lamentable la noción limitada de “tolerancia” que manejamos a diario en nuestros discursos. El discurso posmoderno nos impone valores fundamentales tales como la democracia, la tolerancia, la libertad, la igualdad, etc. Soy una defensora de estos valores, pero no se pueden defender si no se les mira con actitud crítica y es aquí donde se producen los primeros tropiezos. Asumir como dogmas, los discursos hegemónicos o corrientes contemporáneas del pensamiento, es resultar condescendiente con las minorías. Cuestionemos nuestra tolerancia para encontrar las grandes deficiencias que subyacen a nuestros propios discursos.

La “tolerancia” entendida como el reconocimiento de “otros” pero sin considerarlos parte de una “nosotros” es solo la continuación de las propuestas discriminadoras. Si para ser tolerante, basta con saber que existen “otros” pero lejos, entonces por qué no seguir negando su existencia. En un país como el Perú, en el cual la integración sigue siendo un reto que nadie desea asumir, esta “tolerancia” limitada resulta excelente.

Cuando se menciona la dificultad de un gran proyecto nacional que incluya a todos los peruanos, se hace alusión en realidad a la falta de voluntad. Un proyecto nacional tantas veces relegado con justificaciones tan vacías como las que aluden a la complejidad de nuestra geografía, solo puede ser elaborado contemplando estas problemáticas.

El ejercicio de los derechos ciudadanos no radica solo en el artículo tal de la Constitución, sino en la aplicación de la misma en el día a día. ¿Cómo pedirle a un monolingüe de quechua que ame su lengua si no puede ejercer todos sus derechos ciudadanos con ella? ¿Qué sucede cuando se levanta una mañana, le roban camino al trabajo, se dirige a la comisaría local y no puede denunciar el robo pues el policía no lo entiende? Imaginen la situación con lenguas menos conocidas que el quechua y las amazónicas sobre todo.

Si Doña Marciana, Doña Candelaria, Doña Genoveva y algunas pocas otras se animaron a conversar con nosotros, debemos considerarlas satisfactorias excepciones. La respuesta usual era la negación del quechua como lengua materna y con ello constatábamos a cada momento que el prestigio de la lengua se vincula con el prestigio de los hablantes de las mismas. El título del artículo que publicara Virginia Zavala hace unos meses “Lenguas sí, hablantes no” no puede ser más acertado.

Y mientras tanto, el Estado sigue cerrando los ojos hacia estos miles de peruanos que debieran sentirse representados. Luego, cuando se realizan las consultas vecinales como en la sierra piurana, los representantes políticos los consideran comunistas o enemigos del desarrollo y no entienden que el asunto es mucho más complejo. ¿Cómo los peruanos pueden confiar en las garantías que brinda un Estado al que no conocen? Como mencioné al inicio, los pobladores se construyen una idea colectiva de lo que este Estado es; se trata de una idea pues de facto no lo tienen, o se reduce a la calcomanía pegada en la puerta de la casa de Doña Marciana.

Y ahora entiendo el “ya” de Doña Omelinda. Es como si hiciera alusión a lo pasado, a los tiempos en los que no tenía su negocio. Ahora exporta su producción, ahora tiene sus ahorritos; ella es consciente de que hablando solo quechua no hubiera podido hacerlo, ¿es justo? Y el “no” es la respuesta que salta inmediatamente. Es injusto en realidad, que Doña Omelinda no pudiera hacer su negocio con su propia lengua, con ese quechua que quiere, pero que encuentra poco funcional. Es injusto también que se les discrimine abiertamente por la lengua materna que tienen, que los pequeños de los pueblos alejados del Perú no puedan acceder a educación de calidad porque las prioridades del país siguen siendo otras o porque el Acuerdo Nacional aún no se pone en práctica o porque en lugar de reforzar un Estado deficiente se siguen creando nuevos organismos o porque el Ministro del Interior retrasa la reforma urgente en el sector, etc., etc., etc.

Y mientras pienso en todo eso, Alejandra se despide con sus mejillitas rosadas, sus ojos enormes y un good bye.[1]
_____________________________________________________________
[1] Texto inicialmente publicado en el blog "Menoscanas" en el siguiente link:

No hay comentarios: