miércoles, 5 de septiembre de 2007

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Imaginarios normativos
Por: Laura Arroyo Gárate


Hay tres respuestas comunes cuando menciono que estudio lingüística: la más sincera es el sorprendido “¿qué?”, la otra también sincera pero con algo de timidez en la sorpresa es “¡ah! Estudias tildes y puntos y esas cosas” y la última respuesta común, particularmente pragmática enuncia “¿y en qué vas a trabajar?”. Cabe mencionar que la última respuesta viene con el condimento de una preocupación inmediata de quien la enuncia por el futuro del lingüista, en este caso, yo.

Estoy segura de que muchos de ustedes han pensado en alguna de las tres respuestas o tal vez otras que, debo decir, distan en buena medida de lo que realmente ocupa a un lingüista. No pretendo hacer una descripción completa de lo que hacemos y no lo intento, porque la intención del artículo es, antes bien, discutir un tema para lo cual no hace falta estudiar lingüística. El tema es la normatividad.

“Nadies”, “dijistes”, de Juan su mamá”, etc. son algunos ejemplos que ilustran el tema de este artículo. No sería difícil encontrar a quienes de manera radical declaren terribles errores a cada una de las expresiones arriba mencionadas. Pero la osadía es aún mayor. No basta con calificarlos de errores terribles y casi innombrables, sino que hay también un empecinamiento por descubrir al o los causante(s). De esta manera encontramos en la larga lista al sector educativo, a la masificación del Internet, a la televisión, a los nuevos grupos de música, a los padres irresponsables, a las nuevas amistades, etc. Como vemos, la lista es larga.

Pero ¿quién es el culpable? implica necesariamente que hay algo de lo cual culpar a alguien; vale decir, algo está mal y tiene un causante; ¿es esto cierto?

Dicho lo anterior solo queda afirmar que el “problema” del cual se trata es de los errores cometidos por los hablantes de una determinada lengua, en este caso el castellano. ¿Se trata de errores? ¿errores según quién? Definitivamente se trata de un tema polémico.

Muchos afirmarán que existe la instancia encargada de regular las normas y dictaminar (porque por más fuerte que suene la palabra, eso hace) cuáles usos son correctos y cuáles incorrectos. Pero no se trata de una situación dicotómica y nada más. En medio de los usos “correctos” y los “incorrectos” encontramos también una gama de usos que de pronto no se encuentran ni en uno ni en otro polo. ¿Cómo se los cataloga? Bueno, incorrectos de todos modos, pero digamos que se asume que hay formas más incorrectas que otras.

¿Hasta qué punto la normatividad debe ser permitida? Quiero que quede claro que acepto la función normativa y le doy importancia, pero la importancia real y no una exagerada como parece ocurrir. La lengua evoluciona a cada momento; es dinámica, producto de la dinamicidad de sus hablantes, por ello, ¿cuál es el real papel de la normatividad en un campo tan variable?

No podemos caer en excesos. No podemos renunciar por completo a la normatividad. Es cierto que las reglas existen y son importantes no para “preservar” la lengua como se cree, sino para permitir la comunicación entre los hablantes y, lo que resulta más importante, para dar evidencia de la lengua en el momento particular del que se trate. Por ello, las instancias normativas deben adecuarse a los nuevos tiempos, deben aceptar las innovaciones sin caer en la permisibilidad exagerada, pero aceptando el devenir propio de las lenguas. La tarea no es fácil.

Otra tarea difícil es la de crear una conciencia lingüística. Son muchas las personas que consideran que las innovaciones son producto de la escasez del conocimiento de la lengua. Muchos se horrorizan cuando nuevos vocablos se incorporan en el vocabulario colectivo y es entonces que buscan culpables. No hay culpables o, si los hay, somos todos nosotros: los hablantes. En ese caso, me declaro feliz culpable.

Con este artículo he buscado poner en el tapete un tema interesante sobre el cual se discute cada día aunque tal vez en espacios menos públicos. Finalmente solo un último detalle. Debo admitir que mantengo el ojo alerta hacia las instancias normativas ya que, en buena cuenta, son el “grupo de poder” dentro del campo lingüístico y como tal, habría que ver si no existe correlación entre la mal llamada “habla culta” y círculos sociales. Queda la pregunta.

Hasta la próxima.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante, pero existen en definitiva limites logicos, como en el caso de Nadie, uno por mas que quiera no puede decir nadies, ya que no puede haber un plural de la nada. Debemos recordar por eso que ciertas normas tienen un sustento mayor que el simple gusto. Es bueno innovar pero hay que evitar que en el espiritu innovador se atente contra la estructura misma del lenguaje, creo que todo se reduce a simple logica y razon.

mozandcats dijo...

Bueno, tal vez sería bueno empezar explicando porque la lingüística como ciencia rechaza la normativa en el sentido que la considera como una valoración social más (del tipo de la moda, de la etiqueta, etc.) y no como algo como científico. Porque si no, veremos comentarios como el anterior. Si queremos que las ideas de la linguistica se difundan, habria que postear articulos amigables sobre esos temas.

Aparte de eso, yo tengo un comentario sobre el artículo en sí mismo: ¿crees realmente que sin la normativa no nos comunicaríamos? No te parece que ese es el clásico pretexto de los "grupos de poder". Yo creo que las cosas se arreglarían solitas, total no nos vamos a quedar mudos. Ahora, de hecho que la normativa puede tener sus ventajas, tal vez en el mundo académico, pero es un mundo tan chiquitito, que no vale generalizar esas reglas para todo el mundo. Saludos y felicitaciones por el blog.

Lucho - Pukaruna - dijo...

Quizás, pero hay que considerar también que estas innovaciones no son conscientes, sino que ocurren por medio de procesos sistemáticos dentro de las posibilidades de la lengua, es decir que no atentan contra la estructura del lenguaje, independientemente de la lógica y la razón.

Laura Arroyo Gárate dijo...

Teresa, como bien dices, la normativa tiene ventajas en el mundo académico que, vale, también es un mundo. Sin embargo, he mencionado en el último párrafo del artículo la correlación evidente entre "grupos de poder" y normativa.
Es cierto que estos grupos presentan excusas para justificar la variedad considerada prestigiosa, he ahí el detalle. Es en esta exageración que encontramos escándalos y declaraciones como las de Martha Hildebrandt, te invitamos a unirte al pronunciamiento.

Gracias por tu comentario.

Héctor Huerto Vizcarra dijo...

Esta lectura me hace recordar mis clases en generales con Mauchi en donde ella nos dejó en claro algo que me parece muy importante (y eso deberían tomarlo en cuenta quienes se toman la normatividad de la lengua de manera tan estricta). Ella nos señaló que no existe un habla necesariamente incorrecta, sino distintas formas de hablar que se adaptan al grupo de hablantes y a sus caracteristicas sociales. La forma como se desenvuelve una lengua, desde este punto de vista, es correcta siempre y cuando cumpla con su principal función: comunicar ideas a las demás personas circundantes...

Ojalá que aún recuerde bien las enseñanzas de Mauchi, en vano no pasan los años.

También me gustaría comentar lo relacionado con el habla culta y los grupos de poder. Y se me viene a la mente las distintas formas de discriminación que existen en el país, que inevitablemente marca el predominio de cierto grupo social sobre los demás. Entre estas formas de discriminación esta el del lenguaje. Lo que me recuerda, como historiador, lo difícil que ha sido para los hablantes de otras lenguas que no sean el castellano en nuestro país, desarrollarse en una estructura social como la nuestra que no da mayores posibilidades a personas que no manejan los códigos sociales urbano capitalinos. EN donde el castellano cumple una función primordial desde los primeros años con la educación.

No me quiero explayar más.PEro esto me recuerda la novela de Orwell, 1984, en donde el Gran Hermano impone la neolengua, un nuevo lenguaje de poco vocabulario, que elimina en la práctica conceptos políticos y abstractos como la libertad, igualdad, etc. en provecho de los fines políticos de un pequeño grupo social. Todo ello, en base también al doblepensar... en fin... aquí paro... felicidades x el blog